martes, 1 de enero de 2013


Psiconeuroendocrinología III
Aportes de Laborit sobre Biología del Comportamiento. Comportamientos innatos y adquiridos. Sistema Activador de la Acción y Sistema Inhibidor de la Acción. Miedo y Angustia. Aportes neurobioquímicos.

Cómo encararía esta pregunta hoy,  a casi tres décadas de su formulación inicial:

Prof. Roberto C. Frenquelli

Primera Parte

En el pasado examen del 20 de diciembre, al verla escrita sobre el pizarrón que anunciaba  las preguntas de rigor, reparé en ella otra vez. La acuñé yo mismo desde los primeros momentos en que me acerqué a la obra de Laborit con la lectura de “La inhibición de la acción”. Un texto de los años 80, en francés, que leíamos con fervor en nuestros dorados comienzos de 1984. De esas lecturas, con sus briosos retrabajos y discusiones en grupo, se gestó el corazón conceptual de nuestra Cátedra. Tal como hoy se la puede ver.

Es por eso que me parece oportuno hacer una revisión. Tratando de valorarla una vez más a la luz de lo que hemos podido entender a lo largo de estos años de labor profesional y docente. Antepongo “labor profesional” pues creo que sin una base empírica, sin un desempeño concreto, no es posible abordar la “labor docente. Como casi nada. Pienso en términos de “en principio era el verbo…”, donde verbo se traduce como acción.

Laborit nos enseñó a integrar la Neurofisiología al Comportamiento. Nada más ni nada menos. Nosotros veníamos de una formación médica que no podía siquiera considerar de a ratos temas como los instintos, las intenciones, las emociones, el desarrollo del pensamiento. No encontrábamos casi nada de nada por esos lares. Recibido a principios de los 70, me largaron a la calle sin otro conocimiento sobre la vida que el propio, logrado a los porrazos esperables para todo ser humano. Para no ser totalmente injusto, debo aclararlo, algún que otro profesor con aires humanistas me había dado cierta pátina de barniz claro donde se me advertía de que “no había enfermedades sino enfermos” o alguna que otra admonición del mismo corte, orientada por una tibiona ráfaga de cierta ético – estética.

Sabía, eso seguro, que la Clínica era soberana; que pensar junto al paciente y su entorno, aunque sea desde un pensar discretamente inductivo y dirigido, era lo fundamental. Sabía, en definitiva, que había que escuchar – en el más amplio sentido del término - al paciente.

Desde mis propias distonías me hice rápidamente vecino de la Psicología. Tal vez mucho antes de mi ingreso a Medicina; seguramente ya en la secundaria había advertido la necesidad imperiosa de conocerme a mi mismo. Sentimiento vergonzoso, por momentos tan buscado como intolerable, hizo que me acercara al campo del saber psi; primero por los libros, luego por la psicoterapia personal. Y terminé mudándome al barrio de la Psicología, llevándome los muebles que había comprado en el barrio de la Medicina. Una vez instalado allí empecé a pensar que la diferencia entre los barrios no era tan tajante. Me adueñé de la idea de que la Psicología no era un barrio diferente; empecé a pensar que era un elemento común del paisaje de todos los barrios. Solo que había aprendido Medicina de manera parcial y falsamente disjunta.  Pues la Medicina, como un aspecto operacional de las Ciencias Humanas, implica de cabo a rabo a la Psicología. De ese modo empecé a sentir que eran el mismo barrio.

Y así, sin quererlo casi, ya he nombrado una de las frases más claras del pensamiento de Laborit: “la Medicina como aspecto operacional de las Ciencias Humanas”. Qué quiere decir esto?

Esto quiere decir que el Cerebro Humano es un producto histórico social gestado sobre una matriz genéticamente determinada en un vaivén constante junto a los otros. Otros que son el Ambiente, “donde primero que nada, están los otros hombres” al decir de quien me estoy ocupando. Laborit nos enseñó a pensar el Cerebro en relación al Comportamiento, a “cerrar la fosa cavada entre las Ciencias Naturales y las Ciencias del Espíritu”. Lo cito textualmente; recuerdo que en ese párrafo rinde homenaje a Pavlov con sus Reflejos Condicionados, diciendo que el ruso, inequívocamente, demostró cómo lo dado se puede transformar en su encuentro con lo exterior. Como puede darse en el seno del Sistema Nervioso Central el pasaje de lo incondicionado a lo condicionado. Esa mixtura inextricable que conforman lo genético y lo ambiental.

A esta altura, muy al principio de todo este viaje de casi tres décadas, ya teníamos grandes problemas. Viajábamos en un tren que cada tanto se detenía; muchas veces por sus propias dificultades para subir la pendiente; muchas veces por la pedrea con que era recibido en ciertas estaciones. Teníamos adversarios, no solamente dentro de la indagación, también en el campo de lo político académico.

Uno de esos adversarios, siempre el más temible, éramos nosotros mismos. No lográbamos entender bien qué tenía que ver Freud con todo esto. Por momentos nos parecía un idioma, un mundos inconmensurable. Por momentos nos parecía, tras breve disquisición, que “daba igual, que era más o menos lo mismo”.

Bien de entrada muchos de nosotros, casi pibes, se marcharon a otros barrios. Barrios más seguros, como aquel donde se sabe bien qué es y qué no es “Psicoanálisis”. Barrios donde bajo el imperio de ciertos slogans como que “no están bien las cosas” o de que “estamos convocados al agujero negro de la indeterminación y la argumentación incesante”, existe un concepto claro y distinto: “la Psicología no tiene nada que ver con la Biología”.

Decidí quedarme del lado de Laborit. Y seguir viviendo en el barrio psi, aunque siempre en alguna zona periférica, no muy visible a los ojos de esos hombres tras el manto engañoso de ciertas palabras resultan meros empleados de seguridad, vigilantones del templo que no tienen nada de santos. Sólo dueños de una retórica vacía, donde se empalagan con ciertas palabras, como subjetividad, a la que no logran acertar ni por las tapas.

Hice un gran esfuerzo por estudiar Psicoanálisis. Me pareció que era no solamente mi deseo, también lo entendí como una responsabilidad. Y si de responsabilidad se trata, para entender de Psicoanálisis hay que tratarse. Hay que tirarse en el diván. Y en lo posible, no como uno de esos “empleados de seguridad, vigilantones”, que una vez – sin ponerse colorado – me contó que había tenido “como nueve analistas”, no todos juntos, cuando aún contaba con poco más de cuarenta años. Es decir, este hombre había estado con un montón de analistas, seguramente con ninguno. Cuento esto pues una de las cosas que aprendí de Laborit es cómo ubica al Lenguaje. Fruto de la Conciencia, su revestimiento de nuestro sistema representacional de fondo es engañoso, también falaz. Con esto no estaría diciendo nada novedoso. Pero lo que advierte es que el estudio del Comportamiento no pasa solamente por el Lenguaje. Una de sus grandes expresiones reza: “no reduciremos la Psicología a la Biología, pero tampoco la Psicología a la Psicología. Y menos, la Psicología al Lenguaje”. Pregunta: “como conocer lo entornante sin conocer lo entornado”; como conocer sobre lo dicho sin saber sobre los mecanismos complementarios de la actividad cerebral, de nuestros automatismos, nuestras estereotipias. Esas que son madre de las retóricas vacías, del fanatismo, del oscurantismo.

 Un gran mérito de Laborit fue pensar en agregar al concepto de Stress forjado por Selye el prefijo “Psico”. Atrevido, montado en sus ideas de  Información Estructura e Información Circulante, logró trazar un bucle interactivo que fijó la Neurofisiología a un pensamiento Sistémico, Conjuntista. A un Pensamiento Complejo.

No por nada, algunos años atrás, había escrito un pequeño libro llamado “Del sol al hombre”. Desde allí lo vuelvo a citar, ahora más en extenso:

“Naturalmente, Blas Pascal lo expresó primero que nosotros y antes que nosotros: ¿Hay algo más doloroso y que exalte más que el hecho de ser hombre en medio de un cosmos secreto, incomprensible en su finalidad; un cosmos que nos penetra por estrechos poros de nuestros sentidos, y no obstante nos forma y amalgama; que existió antes que nosotros y persistirá cuando nosotros ya no existamos; un cosmos en perpetuo cambio como nosotros mismos, mientras un artefacto cualquiera nos da un sentido de lo estable y de lo discontinuo, cuando fabricamos lo finito con la aprehensión de lo infinito?.


“Y entonces la esperanza vuelve suavemente al biólogo que adivina un vínculo, o más bien una ausencia de discontinuidad, entre la bacteria anaerobia que holla su pie, las últimas luces de un rojo sol que se pone, la blanca hoja del olivo, el reloj que, en su muñeca, le dice que es la hora en que le están aguardando para la cena familiar, y el petrolero que entra en el puerto”.


Lo esencial es saber que las palabras escritas y habladas no son sino símbolos muy imperfectos del aspecto de las cosas. Saber que estas cosas son indescriptibles puesto que forman parte del conjunto del cosmos y están, por lo tanto, infinitamente ligadas a todo. Acordarse de que sólo por el torpe intérprete de nuestros sentidos le hemos dado un límite en el tiempo y el espacio, un color, un sonido, una dimensión, una  temperatura, una forma, que no tienen sino una lejana relación con la realidad.


Debemos intentar, nosotros a quienes interesa el problema de la vida, no ser exclusivamente especialistas y, sabiendo que no tendremos nunca más que un conocimiento parcial y humano de ese fenómeno esencial, intentar al menos una síntesis tan completa como sea posible de los diferentes aspectos conocidos bajo los cuales se presenta: físico, químico, fisiológico, psíquico, social, etc., en cada nivel de organización de la materia viva, de los seres más simples a los más complejos.

No soy muy partidario de los trabajos con citas largas. No obstante suelen ser característica preciada en ciertos ambientes, donde bajo la apariencia de cierto rigor, flota pesada cierta chatura en lo comprensivo, inclusive en los niveles expresivos. La “primacía del significante”, entendida de un modo devaluado, ha llevado a que en nuestro medio se escriba bastante mal. La cuestión es “decir”, “hablar” en cierta jergafasia, hacer jueguitos de palabras. Ni qué hablar de la pobreza conceptual, de la capacidad de relacionar ideas con experiencias concretas. Se confunde “empirismo” con “positivismo”; a estos  con “conductismo”, con “biologismo”. Todo experimento es un crimen. Vivir la experiencia, experimentar, parece un atentado. Laborit nos acercó a otro concepto de Ciencia, como bellamente lo expone en su recordado film “ Mi Tío de América”, con la dirección de Resnais.

En ocasión de este escrito, no se si totalmente con acierto, he vuelto a las citas largas. Es que Laborit lo ha dicho primero, también como dice cuando comenta sobre Pascal, lo ha dicho mejor. Laborit tiene un decir poético mientras dice ciencia. Es un maestro en este sentido. Y de este modo nos dio un gran modelo para pensar, conjugando cierta estética, cierta forma, con las  ideas de fondo, si se quiere con el lenguaje de la ciencia. Es un estilo, impensable para otros tiempos. Es traer lo “humano” en conjunto con lo “natural”. Dos poiesis en mutua vinculación. Tal como resulta tan complicado pensar a Rimbaud sin Verlaine mientras se van creando entre ellos mismos, mientras se matan entre ellos mismos. Y, por supuesto, a cada uno de ellos sin sus correspondientes cerebros y las influencias del alcohol.

Para Laborit la Acción, entendida no como la mera traslación espacial, sino como un proceso de transformas, es el motor de la vida. La vida incluye a la muerte, en continua interrelación. Es más, la muerte es una contingencia de la vida, en cierto modo la mantiene. Por eso, entendiéndolo de la mejor manera, la expresión “instinto de muerte” sería altamente contradictoria: si es un instinto no sería de muerte; salvo que se considere a la muerte parte de la vida. El instinto de muerte es de vida. Advertido también de los desarrollos de la Etología no duda de pensar a la Agresión como inherente a lo vital, pintándola como una débil máscara del Instinto/ Pulsión de Muerte. Huir, sino es posible Luchar, suponen junto a los comportamientos de Consumisión, dos disponibilidades básicas, incondicionadas.

He mencionado la palabra Comportamiento. Es sabido que en nuestra jerga goza de muy mala prensa. Falsamente adscripta al Conductismo por esos tontos decretos que nos pueblan de contraseñas semánticas; no solamente caprichosas, sino también malintencionadas. Vale la pena hacer una aclaración, que siempre hacemos: hablar de Conducta no supone Conductismo. Lo mismo que hablar de Sistemas, de Teoría General de los Sistemas, no supone “Sistémica”. Por “Sistémica” se entiende en nuestro amodorrado medio académico a todo aquello que no sea “Psicoanálisis”. He encomillado “Psicoanálisis”. Pues estos supuestos defensores del freudismo no parecen ser para nada verdaderos adeptos al Maestro de Viena. Al menos en su criterio de pensamiento, con su indagar en las fronteras del conocimiento.

Laborit elabora una Neurofisiología en términos de la Teoría de los Sistemas, de la Información, la Comunicación y la Cibernética; de la Semiótica. Se une al  pensamiento de Bateson, de Korzybski, al de toda una época posterior a la Segunda Guerra Mundial. Es una persona cercana a los grandes momentos de un psicoanalista como Lacan, de un genetista como Monod, de un psiquiatra como Delay. Participa en el mayo francés. Forma parte de un grupo interdisciplinar junto a Morin, Atlan, Leroi Gourhan y de Rosnay más otros nombres de la política, la filosofía, de la cibernética o la arquitectura. Intenta permanentemente en las fronteras.

Cuenta en “La vida anterior”:

“Necesitábamos meses para que pudiéramos armonizar nuestros lenguajes, discutir su contenido semántico, y comenzar a poder intercambiar eficazmente informaciones. Si bien el psicoanálisis había alcanzado ya un grado de divulgación que, a pesar de su lenguaje, lo hacia comprensible al aficionado culto, la biología por el contrario, y la biología del comportamiento en particular, estaba lejos de ser también fácilmente asimilable por los adeptos de las ciencias humanas. Quizá porque antes de llegar a un comportamiento social y los diferentes niveles de organización que este último pone en juego, sus raíces se sumergen en la física, la química, la anatomía, la fisiología, antes de alcanzar el nivel del lenguaje”.  

Médico, inicialmente cirujano, se interesa por el shock, por la agresión que sufre el cuerpo, inclusive en los momentos de su propia reparación quirúrgica. Se interesa por la anestesia, en la manera de reducir la injuria. Es como puede incursionar en la Farmacología desde un verdadero principio complejo, pleno de inter-retro-poli interacciones entre los diferentes niveles de integración.

Para Laborit, la relación es la categoría fundamental de lo viviente. Y la fuga, una de las grandes posibilidades para no caer demasiado rápido en nuestros funerales. En el recién citado texto, que puede ser considerado una especie de autobiografía, nos dice mientras continúa su relato sobre aquel grupo de notables:

“Nuestras reuniones continuaron para mí hasta 1972, cuando a pesar de la exquisita hospitalidad de Jacques Robin, yo hallaba las reuniones redundantes, pues cada uno ya había vaciado su saco. Sobre cada tema abordado, podía saber por anticipado el discurso que iba a mantener cada participante. Abandoné el grupo discretamente. Supongo que sobrevivió, transformándose”.

Leemos en la pregunta: “Psiconeuroendocrinología”. Una de las palabras más largas del castellano, que siempre amenaza con agregar alguna otra en más o menos prolija síntesis, como Inmunología. Quedaría entonces Psiconeuroendocrinoinmunología. Veintinueve letras. Una palabra tan extensa a la que no le va nada bien de la mano de los “nuevos especialistas”, muchos de ellos graduados Psicólogos.

La idea de Laborit implicaba darle a los niveles de organización hormonales otros círculos de causación que los incluyen desbordándolos, proveyéndonos de una comprensión finalista abarcativa, integradora. En causación circular. Desde ese punto, bienvenida la palabra.

La idea de estas personas  pseudoespecialistas a quienes aludo no es esa. Tienen una accionar reduccionista, estéril. Donde ciertas explicaciones parciales se usan de muy mala manera para insertarse en el actual mercado postmoderno, compitiendo en la  ilusoria búsqueda de la rapidez y eficiencia. Del vil dinero. No por que el dinero sea vil. Sino por que se lo trata con vileza. De qué puede importarnos la “psiconeuroendocrinoinmunología” para esa Histeria informe y vacía que es la Fibromialgia, de esa Depresión yerma y blanca que es el “Síndrome de Fatiga Crónica”?

Nos puede importar para engañar por algún tiempo a los incautos, a los desesperados, a los buscadores de ciertas tapaderas culturales. Y a los fabricantes de medicamentos, a los dueños de laboratorios de análisis “de punta”, a los dueños de aparatos de “imagenología”.

La enseñanza de Laborit sobre Biología del Comportamiento sigue el derrotero de las contribuciones genuinas. Es un pilar de un pensamiento integral, de sistema, de conjuntos. De parte en el todo. De todo en la parte. Muy lejos del reduccionismo chabacano que impera en estas ofertas de ocasión. Lo atinente a la psiconeuro es universal. En todo acontecer hay “psiconeuro”. Mal puede considerarse una “especialidad”, un “enfoque”.

Me espanto cuando veo que Psicólogos se ofrecen por medio de horribles revistas de propaganda, hoy elevadas a la categoría de “instituciones de formación” como “ Psicólogos psiconeuroendocrinos”. Es cuando pienso que hemos contribuido a un cierto fracaso del producto final de nuestra carrera. Del mismo cuando a diario me enfrento con aquellos que antes describía, aparentemente diversos,  parloteando en jerga,  con términos vacíos y slogans cansadores.

El aporte de Laborit se puede insertar completamente en la Clínica. En cualquiera de las Clínicas. Más allá, más acá, de sus posibles sesgos. El concepto de “inhibición de la acción” no debe entenderse como una cosa en si misma. Es la descripción en el plano fisiológico de la incapacidad de pensar, de la incapacidad para acceder a las acciones transformadoras, a la salida de la adaptación pasiva. Es describir en la rata enjaulada lo que nos sucede más o menos a todos los humanos asfixiados en el sometimiento de la “jaula cultural”.

Hace un tiempo pude escribir dos trabajos donde incursiono en cómo he logrado pensar el proceso salud enfermedad desde Laborit. Uno se llama “Del Helicobacter Pylori a Hipócrates”, otro “La sonrisa de Laborit. La bio-lógica y la comunicación en los primates”. Tengo la impresión, por los escasos comentarios que me llegan, que no ha sido leído demasiado por mis Docentes.

Es posible que nosotros mismos en estos años nos hayamos ido dejando llevar por una cierta tendencia a la estereotipia y la automatización en la transmisión de estas enseñanzas. No habríamos hecho otra cosa que seguir aquella idea de la “humana tendencia al cierre de la información estructura”, como penosa forma de ceder “a la mineralización del espacio cultural”.  













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